Hubo un tiempo en que Israel hizo de la naranja su producto de exportación más preciado, símbolo de la modernización llevada a cabo en las primeras colonias agrícolas. Hoy el Estado judío presume de «milagro tecnológico» y no faltan las referencias a un «segundo Silicon Valley». Un libro publicado en 2009 examina la vibrante eclosión de creativos negocios en una economía de tan sólo 60 años de existencia y 7,7 millones de habitantes. Start-up Nation, de los estadounidenses Dan Senor y Saul Singer, se ha convertido en lectura de cabecera de emprendedores de todo el mundo al retratar el éxito de una apuesta que ha premiado al país con el mayor número de compañías extranjeras cotizadas en el Nasdaq.
En su análisis, Senor y Singer huyen de los argumentos étnico-religiosos y proponen dos factores esenciales que han contribuido al crecimiento del sector tecnológico: el servicio militar obligatorio, a cuyo presupuesto se destina un 6,9% del PIB; y una inmigración altamente cualificada, especialmente la llegada tras la caída de la URSS en los 90. A ello se unen reveladoras estadísticas, como el 4,2% que sitúa a Israel a la cabeza de inversión en I+D por proporción de PIB (frente al 1,3% de España). De este modo, la «tierra prometida» del emprendimiento ostenta la mayor concentración de startups y sociedades de capital riesgo per cápita del mundo, así como de ingenieros. Se estima la creación de unas 500 startups al año y se conocen casi 4.000 casos de empresas consolidadas, mientras que el capital riesgo ha conseguido atraer más fondos que Francia y Reino Unido juntos.
Pero como en cualquier otra parte del mundo, las aventuras empresariales no tienen el éxito garantizado. Jonathan Saacks, de la sociedad israelí Genesis Partners, habla de las dificultades para identificar un proyecto prometedor. Sabe que sólo un 20% de las startups encuentra salida, de las cuales un 5% tiene probabilidades de triunfar en el mercado, lo que deja un 80% de fracasos. En este sentido, Saacks sí cree en unos rasgos característicos de la cultura emprendedora israelí, donde «el fallo es visto como una experiencia, no como algo catastrófico».
En camino a nueva fase
Una encuesta a coordinadores de incubadoras tecnológicas en Israel, realizada a finales del año pasado, evidencia el creciente sentimiento de que los business angels reemplazarán a las sociedades de capital riesgo. En 2010, la recaudación de estos últimos fue nula debido en gran parte a la reticencia de los fondos de pensiones, muchos de ellos estadounidenses. El estudio indica que, en 2010 y el primer trimestre de 2011, sólo un 25% de la financiación venía de capital riesgo israelí frente a un 52% de business angels. En todo caso, el capital riesgo parece haber recuperado su relevancia, pues se espera una recaudación de 800 millones de dólares para este año.
Financial Times apunta a una nueva fase, más desafiante, del «fenómeno startup». El diario británico critica la falta de ambición de los emprendedores israelís para convertir sus proyectos en grandes empresas. La mayoría termina en fusiones o adquisiciones y sólo unos pocos logran salir a bolsa. Hay figuras excepcionales, como el influyente Shai Agassi. Su compañía Better Place está construyendo la primera red de coches eléctricos de Israel y su modelo ha cautivado a otras 27 regiones del planeta. Otros, como Ariad Maizels, confían en que sus ideas puedan desenvolverse de forma independiente gracias al impulso de grandes corporaciones. Suya es la tecnología de reconocimiento 3D que emplea el controlador Kinect para la Xbox de Microsoft.
El poder de las grandes corporaciones
También es cada vez más fuerte la presencia del capital riesgo corporativo. IBM fue la primera gran corporación en instalarse en Israel. Una vez transformada en proveedor de servicios y grupo de consultoría, su centro israelí se ha convertido en el mayor laboratorio de I+D fuera de EE UU, con más de 1.000 trabajadores. Ha llevado a cabo 89 adquisiciones y cuenta con unos 600 asociados y colaboradores estratégicos. Para Gabi Tal, fundador de la unidad tecnológica global (GTU, de sus siglas en inglés), la industria de la alta tecnología israelí aporta un valor «único» a IBM. «Es la única que no desarrolla actividades para el mercado local, como Alemania», explica. Su división comenzó centrándose en las relaciones con el sur de Europa para después avanzar a Latinoamérica y Asia-Pacífico. «Y hay 14 países africanos con un potencial asombroso», anticipa.
En el plano socioeconómico, el país topa con algunos inconvenientes. The Economist cree que el mayor obstáculo para su desarrollo económico a largo plazo es «el fracaso al asimilar en su cultura empresarial las comunidades de árabes-israelís y judíos ultraortodoxos». Según recoge la revista, Israel padece una de las tasas de inactividad laboral más altas en los países ricos, dado que solo trabajan un 39% de los hombres ultraortodoxos y un 25% de las mujeres árabes.
Fuente: Diario Digital 5 Días (27/09/2011)